TRES GIROS DE LLAVE
Un cuarto propio – Terror/ Suspense/ Intriga –
Palabras a utilizar: Trueno, muñeca de porcelana, callejón sin salida
TRES GIROS DE LLAVE
Cada noche lo mismo, Manuel cerraba las puertas con llave, las comprobaba tirando del tirador, una, dos, tres veces y apagaba las luces tras de sí.
Todos los que lo conocían un poco, ya murmuraban su raras manías, de cerrar todo, de abrir la puerta al exterior lo justo y necesario, y de cómo el paso del tiempo le iba limitando las palabras.
Pasaban los días, meses y años, y esa pequeña manía graciosa para otros fue convirtiéndose en algo no tan gracioso y menos pequeño de lo que desde el exterior nadie pudiera dar cabida. Ahora lo cerraba todo con llaves, cerrojos y candados, que había ido instalando poco a poco no fiándose ya ni de los tres giros de llave de cada cerradura.
Volvía cada anochecer ese horrible sonido de choque de llaves, que parecían gritarme, que siempre me ponían los pelos de punta. Oía cerrar una, dos, tres, cuatro puertas, con sus giros de llave y su uno, dos y tres golpes que comprobaban la seguridad de su guarida, puerta tras puerta, hasta llegar a la última, la mía.
Aquel martes 14 de diciembre ese sonido se hizo invisible, la lluvia lo ocultó, y el continuo vaivén de truenos y relámpagos no me dejaron seguir el proceso de los acontecimientos. Tampoco oí sus pasos, subiendo por las escaleras, contundentes, seguros, precisos. No escuché esa última vez, la señal, no pude iniciar mí huida de aquella casa que quedaba aislada, sin salida, sin escape, sin apenas aire que respirar.
Desperté de mis pensamientos tras escuchar un golpe contundente, quedando inevitablemente presa en aquel pasillo, ajena a la salvación. Las lágrimas brotaban silenciosas, a la vez que notaba como un temblor constante se hacía dueño de mí. El sonido de su horrible voz llamándome: – Irene, Irene, me hizo correr todo lo rápido que pude hasta el final de aquel largo y oscuro pasillo, intentando descifrar objetos, con movimientos precisos, esquivando sombras que la leve luz de luna, que entraba desde la claraboya situada a tres metros sobre mí. recaía sobre candelabros y maceteros con los que podría chocar y tras caerse podrían dar señas exactas de donde me escondía.
Conseguí llegar al final del pasillo como quien llega a el final de una calle sin salida, ya que de repente notaba su respiración incluso más fuerte y cercana que la mía. El miedo de nuevo logro que me quedará completamente inmóvil, privada de oxigeno durante esos minutos eternos escondida tras las cortinas.
Pasado un tiempo en el que pude recuperar el aliento y la valentía, me situé junto a la puerta del lugar en el que Manuel dormía, respirando muy despacio, muerta de miedo pero a la vez queriendo descubrir eso de lo que tanto se escondía.
El espejo que entre nosotros existía me dejaba ver su reflejo, y pude ver como se vestía, como empolvaba su barba y enrojecía su no sonrisa de carmín. Parecía una muñeca de porcelana viva, en movimiento, se tambaleaba de un lado para otro al son de música de bailarina. En ese momento, sin apenas darme tiempo a divagar sobre lo descubierto, una gota resbaló sobre mí frente, haciéndome dar un pequeño salto, la limpié cuando otra gota cayó sobre mí. Miré rápido al techo y entendí, la claraboya se había roto por la fuerza de la lluvia, dejando un gran hueco por el que salir, sin pensarlo dos veces huí, tan rápido como quien despierta de un sueño tras oír un golpazo de puerta y sus tres giros de llave tras de sí. Sara ct