Tocando el miedo

Nunca vi la mirada del miedo tan cerca, ni escuché un grito más desgarrador, silencioso y lleno de rabia, que el de aquella mirada, que el que sentí aquella noche. Jamás vi una lágrima tan profunda, que duela tanto sentirla, tanto que hoy todavía lloro por dentro al recordarla. Estuve tan cerca de conseguirlo. Todo duró lo que dura un grito, lo que tarda un vaso en caer al suelo y romperse en mil pedazos, lo que dura en llegar a nuestros oídos un golpe en el suelo de un, dos, tres taburetes. Duro lo que tarda uno en girarse, dar diez pasos en dirección a alguien y sentir un golpe en el pecho, y caer al suelo, a la vez que se escucha el golpe de una puerta cerrándose. Aquella noche conocí sus miedos, el de ella, el de ellos, el mío. Vi su rostro desencajado, su mirada fija en él, ciega al espacio, muda al grito de ayuda cuando estaba rodeada de gente, y vi como su dolor traspasaba latidos. Sin embargo a él no pude mirarle a la cara, solo pude mirar la fuerza con la que la agarraba del cuello, su pose erguido, su respiración profunda, y su hermetismo ante la gente. La saco del lugar dando diez pasos de profundo miedo, los que él dio, los que todos dieron, dejando un camino libre en dirección a la puerta. Paso a paso atravesaba el camino lleno de espectadores asustados, llevándose con él a ella prácticamente en volandas con la fuerza de una sola mano. Le empuje cuando llegaba a mi paso, segura, con la única idea de enfrentarme a su poder. Lo empuje, zarandee, grite que la soltará, intenté arrancar su sucia mano, liberarla. Me empujó, me tiró el whisky de su copa que mantenía sujeto con su otra mano, y siguió andando un paso tras otro hasta que se cerro la puerta. Entonces fue cuando me agarro el miedo, tirada en el suelo, empapada de rabia, de asco no a él, sino al resto, la impotencia me golpeaba, y grite por dentro, quién tiene más miedo. Sara ct.

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